Un poco de música

jueves, 22 de diciembre de 2011

La Gioconda de Leonardo da Vinci

En este apartado vamos hablar de una de las más célebres obras de Leonardo da Vinci, la Gioconda. Como bien sabemos, el artista es considerado como uno de los más grandes pintores de todos los tiempos y, probablemente, es la persona con el mayor número de talentos en múltiples disciplinas que jamás ha existido.


La obra es el retrato de una figura humana, aparentemente mujer, en posición de tres cuartos mirando al espectador, cuello y espalda erguidos, las manos descansan sobre una columna, al fondo un paisaje natural con rocas, árboles y otros elementos.

La Gioconda recibe esta denominación al identificarse a la modelo del retrato como Lisa Gherardini, la esposa de Francesco del Giocondo. Sin embargo, se han construido varias hipótesis sobre su verdadera identidad, incluyendo la teoría de que es un autorretrato del autor en versión femenina, un adolescente vestido de mujer, o, incluso, una mujer imaginaria.
Esta famosa pintura de da Vinci debe ser interpretada no solo desde el punto de vista físico, sino también literario filosófico, moral y esotérico, pues es un cuadro que consigue envolver al espectador en un profundo y descifrable ambiente de misterio de ahí su genialidad.
Para varios críticos de arte la parte más destacada del cuadro es, por supuesto, la enigmática sonrisa que según la penetración del ojo humano aparece y desaparece. De tal manera que si se mira directamente a la boca la sonrisa desaparece, mientras que si se mira a los ojos u otra parte del cuadro la sonrisa vuelve a aparecer en el rostro de la Gioconda. Para conseguir este efecto el artista empleo el juego de sombras que potencia la sensación de desconcierto que produce la sonrisa.
La técnica usada fue el sfumato y la perspectiva aérea mediante las cuales consigue una estupenda sensación tridimensional y de profundidad, procedimiento muy característico de Leonardo.

Otro dato curioso que observamos en la pintura  es que la modelo carece de cejas y pestañas, posiblemente, Leonardo nunca le pintó cejas ni pestañas para dejar su expresión más ambigua o porque, realmente, nunca llegó a terminar la obra. O simplemente carece de cejas y pestañas debido a una restauración.
 
La Gioconda es un óleo sobre tabla de álamo, fue retocado varias veces por el autor, está protegido por múltiples sistemas de seguridad y ambientado para su reservación óptima. Es revisado constantemente para verificar y prevenir su deterioro. 

Os dejo con unas parodias e imitaciones de esta gran obra de arte.






La Piedad de Miguel Ángel Bunarroti

La  magna escultura es del artista Miguel Ángel Bunarroti, se trata de una obra de bulto redondo, lo que significa que se puede ver desde todos los ángulos, pero el punto de vista preferente es el frontal.
En la Piedad se recoge el tema de la muerte de Jesús. Así podemos observar a una Virgen joven, bella y piadosa cuyas vestiduras se expanden con numerosos pliegues y agrandan su volumen a la altura de las rodillas, sobre las cuales descansa con mucha naturalidad su hijo muerto. Mientras que Jesús aparece cubierto por un paño, símbolo, de puereza doblado con pliegues irregulares que sujeta un cordón doble. Los movimientos complementarios de las cabezas, una hacia delante y otra hacia atrás, y de los brazos, el de María levantado, libre, lleno de vida y el de Cristo caído, inerte; el contraste entre el claroscuro de los drapeados y la tersura de la anatomía de Cristo, en cuyo brazo derecho la descripción muscular, similar a la técnica del sfumato, insinúa que el cuerpo no está frío todavía. El prodigioso trabajo de los pliegues y el interés por el estudio de la anatomía humana remiten al más puro clasicismo, cuyos modelos quedan desbordados por el alto grado de veracidad que consigue.

Esta composición triangular –relacionada con el tema de la divinidad- nos presenta una Virgen que no llora como una madre terrenal, en ella prevalece la serenidad y se limita a manifestar su lamento a través del gesto de desconsuelo de su mano izquierda, suavemente levantada, habiéndose interpretado como una evocación de los sermones de san Bernardino de Siena, que describía a la Virgen sosteniendo en el regazo el cuerpo inerte de su Hijo recordando los días en que era niño en Belén. 

El idealismo renacentista mueve al escultor a representar a María con la belleza virginal de la edad juvenil, una Virgen eternamente joven y bella, casi más joven que la figura de Cristo. Su expresión refleja una pena infinita y una gran ternura. Miguel Ángel dio a María una juventud muy extrema comparándola con la de su hijo muerto, pero eso fue intencional. El Artista quiso representar la espiritualidad de la Virgen como condición sobrenatural, la cual no tiene edad y solo muestra una eterna belleza.

Podemos resaltar por ejemplo detalles de la cara y el torso de Jesús. Ambos muy realistas. Se nota la mano del brazo derecho de la Virgen sujetando el torso, que como la imagen refleja tiene una anatomía muy bien tratada y conseguida. Apesar de que muestra una herida a la derecha de las costillas de su hijo muerto, el escultor nos presenta un cuerpo muerto sin rasgos de sangre ni dolor después del calvario, lo manifiesta con la dignidad de hijo de Dios.  El rostro de Jesús, muestra una expresión plácida, casi descansada. Esto se puede interpretar como el hecho de que Jesús cumplió su mandato en la tierra.  A su vez, Miguel Ángel creó un Jesús muy tranquilo, satisfecho de haber cumplido su misión.

Su majestuosa obra la concibió mediante una técnica escultórica muy llamativa que consiste, según el maestro, en sacar a la luz con paciencia y dedicación  la propia naturaleza de la escultura que estaba en el interior del bloque de piedra.
El esplendoroso Miguel Ángel finalizó la obra días antes de su entrega y tan fascinado quedó con el resultado que plasmo con un cincel en la banda que atraviesa el pecho de la Virgen: Miguel Ángel Buonarroti florentino lo hizo, siendo ésta la única obra firmada por el artista.


miércoles, 21 de diciembre de 2011

El tributo de la Moneda de Masaccio


El pago del tributo o El tributo de la moneda es otra obra característica del renacimiento, pues contiene una de las escenas más famosas de los frescos pintados por Masaccio, está situada en el  compartimento superior del lateral izquierdo de la capilla Brancacci.  

Masacio tiene un estilo dominado por el realismo y la sobriedad, por la solidez formal y sus efectos de luz. Se le emparenta en cierto modo con Giotto, si bien en Masaccio no falta el aporte intelectual y humanista de los grandes pioneros del Quattrocento.
El tributo de la moneda representa uno de los episodios de la llegada de Jesús con sus apóstoles a Cafarnaum,  narrado por San Mateo, en él se cuenta el milagro que se produce cuando el recaudador de impuestos exige a Jesús el pago del impuesto del tributo. Éste  pide al apóstol Pedro que saque la moneda con la que pagarlo, del vientre de un pez que tenía que pescar en el río que se ve en la escena, hecho que definitivamente ocurrió.

Masaccio representa en un solo espacio tres acontecimientos sucesivos. El fresco yuxtapone tres escenas del Evangelio según Mateo que se desarrollan en el tiempo y que aparecen unidas mediante  gestos.

En el centro del fresco aparece Jesús rodeado por sus discípulos. En este acto se aprecia que el cobrador, de espaldas, con una túnica roja, pide el pago del impuesto, mientras que  Jesús ordena a Pedro, con un gesto que el apóstol repite, lo que ha de hacer.
A la izquierda del cuadro se observa el milagro propiamente dicho, pues vemos a Pedro de rodillas extrayendo la moneda tragada por un pez del lago Tiberíades. Finalmente, a la derecha de la escena, en el grupo principal, sobre un fondo arquitectónico, se ve a San Pedro entregando la moneda al recaudador.

Conviene destacar la expresividad de los rostros, que aportan una tremenda sensación de realismo, reforzada por los gestos. Al ubicar al recaudador de espaldas, el maestro intenta involucrarnos enl a escena y hacernos partícipes del episodio, esto también lo consigue mediante la atenta mirada de los personajes ya que esas miradas invitan al espectador a ser testigo de lo que va a suceder, del milagro que va a ocurrir.

Los personajes aparecen envueltos en sencillas vestiduras y sorprenden por su sensación de vlumen que les dota de una fuerza extraordinaria. Si a esta fuerza volumétrica les unimos los gestos grandiosos que en forma teatral muestran los personajes, el resultado es majestuoso.

La luz inunda la composición, resaltando los colores empleados. Estos colores sirven para dar efecto de perspectiva a la obra colocando los más cálidos en primer plano y los más fríos al fondo y contribuye al efecto volumétrico de los personajes, interesándose Masaccio por la anatomía, como se observa en las piernas del recaudador mientras que los apóstoles ocultan sus cuerpos bajo pesadas túnicas.

Toda la composición aparece enmarcada en un fondo de montañas esquemáticas con algunos árboles, de clara influencia del pintor florentino, Giotto. El contraste paisaje-arquitectura hace que la escena se amplíe. Las cuestiones compositivas están resueltas siguiendo los dictados matemáticos de la perspectiva que había enunciado Brunelleschi, lo que resultó ser totalmente revolucionario para el mundo de la pintura.

Las figuras aparecen pintadas líneas suaves y presentan una gran naturalidad que las aleja de la rigidez medieval. Frente al refinamiento de otras escuelas y pintores (pensemos en “El matrimonio Arnolfini” de Van Eyck, por ejemplo), Masaccio opta por las soluciones sencillas, austeras e incluso angulares que de nuevo nos vuelven a remitir a Giotto, en un intento por recrear fórmulas clásicas.

Indagando un poco he encontrado varios significados que se otorgan a la obra. Sin embargo un ha llamado mi atención y es el que aquí os dejo: la relación del significado con el comitente, pues muchos han querido ver en la segunda figura de la derecha, en el grupo central, un retrato de Felice Brancacci.

La cúpula de la catedral de Florencia




Como ya hemos hablado de escultura y pintura, ahora vamos a adentrarnos un poquito por el mundo de la arquitectura. Para ello traeré a colación una magnífica obra arquitectónica del Quatroccento: la cúpula de la catedral de Santa María del Fiore. Tiene por autor a Filipo Brunelleschi (1377-1446). Se trata de un proyecto presentado en 1418 que comenzó a construirse en 1420 y fue completado en 1436.

Y es que la enorme cúpula de la catedral también tiene su historia. La catedral sobre la que se alza la famosa cúpula brunellesquiana fue un proyecto de Arnolfo di Cambio en 1296. La primera piedra fue puesta el 8 de septiembre de 1296. Tras la muerte de Arnolfo di Cambio con el templo inconcluso los trabajos en la catedral se ralentizaron muchísimo, llegando incluso a suspenderse las obras de su construcción durante treinta años. Sería en 1331 cuando la Cofradía de los Mercaderes de la Lana (recordemos que de la construcción de esta catedral aparece el bloque de mármol en el que posteriormente Miguel Ángel esculpiría el David) asumió el patronazgo exclusivo para la construcción de la catedral y nombraron a Giotto como maestro de obras y asistido por Andrea Pisano continuó el diseño de Arnolfo di Cambio. Su triunfo mayor fue la construcción del campanile (campanario) pero murió en 1337, dejando inacabada la obra.
 
Andrea Pisano continuó con los trabajos hasta que éstos tuvieron que abandonarse a causa de la Peste negra en 1348. Varios arquitectos después y tras continuas detenciones y reanudaciones la nave de la catedral quedó completada en 1380, quedando sin terminar la cúpula.
Y aquí es cuando interviene el genial Brunelleschi. Salió a concurso la adjudicación de las obras para el arquitecto que llevaría a cabo la nueva cúpula que cubriría el crucero del Duomo florentino. Varios arquitectos lo habían intentado sin éxito ya que antes o después la cúpula cedía por el espacio tan grande que los arquitectos habían dejado para su construcción, en concreto 45,6 metros. Incluso la solución de algunos arquitectos de la época fue llenar la catedral de tierra hasta la construcción de la cúpula y, una vez construida, volver a vaciarla. En cualquier caso dos fueron los aspirantes: Lorenzo Ghiberti (ya conocido por su gran trabajo escultórico en Las Puertas del Paraíso) y Filipo Brunelleschi.

Ganó Brunelleschi por su genial solución al problema: las tradicionales estructuras no eran suficientes para soportar el excesivo peso de la Cúpula. Brunelleschi, después de años de estudios, inventó un nuevo y genial método de mampostería que le permitía a la cúpula autosostenerse durante la construcción. Este innovador sistema se basaba en una composición de ladrillos que se cruzaban, de este modo el resultado fue una doble bóveda que se autosostenía.
La enorme bóveda pesa 37 toneladas y contiene más de 4 millones de ladrillos. Brunelleschi tuvo que inventar máquinas elevadoras especiales ad hoc para izar las piedras grandes.

Haciendo referencia a la forma observamos una cúpula de perfil apuntado, en cuyo exterior destacan ocho nervios realizados con sillares de mármol blanco de cuatro metros de espesor, que se levanta sobre un tambor de planta octogonal realizado en piedra.
Cada uno de sus ocho lados está revestido por placas de mármol (blanco y verde) y presenta un gran óculo central.

En el punto de convergencia de los nervios se alza una linterna prismática, de ocho lados y 16 metros de altura, con contrafuertes rematados por volutas y cubierta por una estructura cónica coronada por una esfera de cobre dorado sobre la que se alza una cruz.
El autor, como ya hemos dicho, encontró una majestuosa solución para levantar la construcción sin que fuesen necesarias cimbras de madera que soportasen la estructura durante el desarrollo de las obras.

Gracias a este efecto, Brunelleschi concibió una doble cúpula, exterior e interior, de perfiles apuntados, de modo que existiese un espacio vacío entre ambas, siempre constante y con un sistema de vigas de refuerzo que se extienden horizontalmente entre los nervios.

La cúpula interior, de menor tamaño, posee un total de 24 nervios construidos en ladrillo que reciben las descargas de la estructura, dividiendo el peso de su carga y llevándolo hasta el tambor.
La enorme y novedosa bóveda acabaría realzando el nombre de Florencia y convirtiéndose en símbolo de la Florencia que llegó a ser centro del humanismo del siglo XV.

Para finalizar, qué mejor manera de hacerlo con esta preciosa fotografía nocturna de la catedral y la cúpula de Brunelleschi presidiendo majestuosa la noche de Florencia.